domingo, 22 de noviembre de 2020

Reseña: «Caballo de Troya», de Juan José Benítez.-

 

La obra que vamos a reseñar no aparece en el apartado de últimas novedades de cualquier web literaria. En realidad, podemos decir sin temor al equívoco que puede gozar del calificativo de antigua, sin serlo en sentido estricto. Las primeras ediciones son del año 1984. Treinta años distan desde su publicación por vez primera. Por tanto, faltarían otros veinte años para que un ejemplar de dicha obra pudiera ser calificado de antigüedad puramente.

Sin embargo, viene a esta página no por su actualidad, sino por la curiosidad que sigue despertando en los lectores. En efecto, cuando «Caballo de Troya» salió al mercado fue un auténtico fenómeno de ventas. Tal es así, que el propio autor continuó la narración, convirtiendo el primer texto en una saga que si mi información no es errónea suma a día de la fecha un total de once libros.




El autor, Juan José Benítez (Pamplona, 1946), es persona de sobras conocida por su afición al mundo paranormal, lo esotérico y las interpretaciones de la historia de corte conspiranoico. Ha escrito numerosas obras, y esta a mi entender es la más famosa de todas ellas.

Viene a estas páginas porque muchos de vosotros, con la curiosidad propia del buen lector, me habéis preguntado acerca de la misma. Sí, la leí en su día en una edición del año 1984 publicada por EDAF en un volumen de 559 páginas, que es el que aparece en la fotografía. Y digo esto porque como hemos dicho, con posterioridad, la obra se ha convertido en saga, de la cual habré leído hasta cinco títulos de los once, no más.

Como curiosidad, he de decir que la obra cuya fotografía aparece en esta web la adquirí en un mercado de antigüedades por bajo precio. La original que leí, del mismo año, editorial y portada, la presté. Y por ello, la perdí.

Tranquilos. Siempre nos quedará París. 

 Por lo anterior, paso a contestaros en público lo que ya anticipé por privado.

 SINOPSIS:

 El libro se presenta como si fuera el testimonio de un oficial estadounidense que participa en un proyecto secreto. Dicha misión consiste en un viaje en el tiempo para conocer alguno de los momentos considerados importantes en el pasado de la humanidad, entre ellos la época de Jesús de Nazaret.

 A FAVOR:

 Juan José Benítez escribe el libro en primera persona, y narra sus propias aventuras cuando merced al destino, llega a su poder el testimonio de un militar estadounidense en forma de manuscrito en el cual se relatan sus experiencias en un viaje al pasado, concretamente a la época de Jesús de Nazaret. La idea es brillante, y la forma narrativa elegida —la de primera persona— plenamente adecuada a lo que va a narrarse. Benítez escribe muy bien, domina los tiempos y sumerge al lector en una aventura de la cual es difícil despegarse. La historia consigue atraparnos desde las primeras páginas, y nos lleva hasta el final sin que nos demos cuenta. Luego, entrando de lleno en el fondo narrativo, vemos que el autor nos presenta la figura de Jesús de un modo distinto al que estamos acostumbrados. La crítica especializada, en su día habló de referencias claras a obras esotéricas que recogían los hechos de Jesús y que se apartaban de la narración del Nuevo Testamento. En cualquier caso, a mi modo de ver, el punto de originalidad del personaje que se describe —Jesús— dota a la obra de mayor interés.

En resumen, y sin querer desvelaros más del desarrollo del libro, os diré que para mí la obra es muy recomendable si os gusta la novela de aventuras combinada con la histórica.

EN CONTRA:

Algunos pasajes se hacen demasiado largos, con descripciones prolijas que entiendo no son necesarias.

CALIFICACIÓN:

Sobre 10, yo le daría un 8.5.

 

Salu2.

 


martes, 3 de noviembre de 2020

In memoriam: Manuel J. Delgado, el español que visitó Egipto en 90 ocasiones.-

 

Hoy es un día triste. 


 

Me acabo de enterar de que Manuel J. Delgado, amante del antiguo Egipto, falleció el pasado mes de marzo.

Hombre inquieto y trabajador, es de las pocas personas en España y quizá en el mundo que ha recorrido varias veces los pasadizos de la gran pirámide atribuida a Keops, y no sólo la parte reservada al público, sino todas las cámaras incluyendo la del caos, a muchos metros de profundidad bajo la inmensa mole de piedra.

Recuerdo con nostalgia el tiempo de mi primera lectura de su obra "El secreto de la gran pirámide", enmarcada en la colección de Iker Jiménez "El archivo del misterio".

Recuerdo igualmente que de la lectura de esa obra puede obtenerse información que no consta en ningún otro sitio. El autor aporta datos de medidas, dimensiones y datos imposible de obtener si no es realizando una investigación concienzuda y minuciosa. En el libro aparecen algunas fotografías en blanco y negro sumamente ilustrativas que nos dan a conocer un monumento que sólo podemos apreciar de manera superficial por la información que tenemos a través de internet en muchas webs que aportan un contenido parcial, interesado y por supuesto acorde con las teorías oficiales del arqueólogo egipcio Zahi Hawass.

Delgado va mucho más allá de las tesis «oficialistas» y plantea interrogantes imposibles de resolver con la simple interpretación de que los egipcios 4.000 años antes de Cristo la construyeron utilizando herramientas toscas de la Edad de Piedra. Las pruebas de que la piedra fue trabajada con tecnología que no existía entonces son bastante evidentes, y a mi entender, la idea de Hawass de que las tumbas encontradas cerca de la gran pirámide eran de los propios trabajadores que la construyeron, no cuela. Y ello por la razón que el propio Delgado ofrece en sus páginas. Si el monumento lleva tanto tiempo en pie, seguramente fue reparado y ahí entrarían esos obreros que fallecieron y fueron sepultados junto al mismo.

En otro orden de cosas, la atribución de la pirámide al faraón Keops también cae por su peso leyendo las páginas de la obra mencionada. En efecto, no consta en el monumento ninguna inscripción que advere tal afirmación, salvo un dibujo en una parte difícilmente accesible que muestra el cartucho del faraón en cuestión ... pero erróneamente dibujado.

Por último, la abismal diferencia que la separa de las otras pirámides construidas en la meseta abundan en lo mismo, esto es, que una civilización distinta a los simples agricultores egipcios la construyó utilizando una tecnología hoy desconocida.

Se comulgue o no con los planteamientos e hipótesis de Manuel J. Delgado, hay que reconocer que la obra como se ha dicho aporta datos imposibles de obtener por otros medios, datos que en unos casos han sido obviados por los arqueólogos denominados «oficiales», y en otros, descaradamente ignorados para que las tesis «normales» tengan algún sentido.

Gracias por tu trabajo, Manuel, y descansa allí donde estés,

Seguro que no andas lejos de tu tierra favorita.

Salud2.

 

 

 

 

sábado, 31 de octubre de 2020

Edgar Allan Poe: "Los crímenes de la calle Morgue".-

 Buenas a todos:

No podía faltar en este blog algún comentario o entrada sobre mi admirado Poe, y en este caso comentaremos siquiera por encima un relato publicado en 1841 que constituye sin lugar a dudas el primer relato de detectives de la historia de la literatura. En él aparece un detective aficionado, C. Auguste Dupin en el que muchos podrán reconocer un esbozo del celebrado Sherlok Holmes. 

El misterio, que muchos expertos han calificado como de «habitación cerrada», plantea un hecho inexplicable y a primera vista irresoluble que ha de resolver el protagonista, Dupin. Comprendo que a estas alturas resulte difícil que algún amante de la literatura haya pasado por alto este relato, pero por si acaso, no daré más pistas de las precisas para no anticipar el final de la historia.


El relato no alcanza mucho más allá de las 40 páginas, pero en él encontramos todos y cada uno de los ingredientes que posteriormente han dado lugar al denominado género de «novela negra».

Allan Poe es —cómo no— uno de mis escritores favoritos. Maestro del cuento y la narración de terror e intriga, alcanza su máximo esplendor en relatos tales como «El gato negro», «El corazón delator», «Manuscrito hallado en una botella», «El escarabajo de oro», «El cuervo», «El pozo y el péndulo», «El barril de amontillado» y otros muchos, pasando por el género novelístico con la obra inacabada «La narración de Arthur Gordon Pym».

Sirvan estas pocas líneas para rendir ínfimo homenaje a tan ilustre escritor, que tuvo una vida repleta de adversidades y que falleció lamentablemente joven. 

Quién sabe qué obras nos hubiera legado si la fatalidad y su adicción al alcohol no nos lo hubiera arrebatado tan pronto.

Para más información sobre la vida y obras del Maestro, baste consignar su nombre en el buscador de turno. Esta entrada únicamente como he dicho es un pequeño pero sincero homenaje a su genio creador.

Salud2.


viernes, 16 de octubre de 2020

Primer capítulo de la segunda aventura del inspector Marín.-

           Estimados:

            Para todos aquellos que me lo habéis solicitado, os paso el primer capítulo de la nueva novela que tendrá como protagonista de nuevo al inspector Marín.

            Espero que sea de vuestro agrado.

            Salud2.


        CAPÍTULO 1.- LA LLAMADA DEL NORTE. 

 

Julián Bravo bostezó.  

El expediente que tenía sobre la mesa era antiguo y sin resolver. Un asunto extraño y difícil de encuadrar. Una mujer desaparecida sin pistas. Un año de pesquisas sin éxitoSin cadáver ni tampoco indicios de crimen. El marido, interrogado por la Guardia Civil, afirma que su esposa huyó con algún amante. El registro en su casa, negativo. Matrimonio sin hijos aunque con frecuentes discusiones avaladas por la testifical de varios vecinos. El comandante del puesto de la localidad en cuestión pide ayuda. El atestado continúa en punto muerto sin visos de aclararse. La familia de la desaparecida solicita explicaciones que no pueden ser satisfechasSon de Asturias, de una pedanía lejana y perdida cercana al emblemático Naranco de Bulnes. 

«Buena persona, Matías». 

Se conocieron hace ya más de veinte años, de vacaciones en Salobreña. Desde entonces habían mantenido el contacto, y en más de una ocasión, Bravo había disfrutado de la hospitalidad y el buen trato del amigo en su propia casa. Sí, Asturias era una región mágica. Julián estaba convencido de ello. Además, tenía constancia de que las «meigas» no sólo habitaban la costa gallega. También poblaban numerosas localidades astures. Prueba evidente, la propia esposa de Matías, una morena de ojos verdes que respondía al nombre de Ayalga. La señora cuidaba con dedicación a su esposo y a sus dos hijos, Matías y Anxelina, y dejaba tiempo para lo que ella denominaba «conversaciones con los espíritus». En realidad, eran oraciones que la señora elevaba a dioses arcanos traídos por una cultura ancestral y desconocida hoy en día. Bravo no podía disimular su admiración por ella, y su interés, que resultaba difícil de ocultar, iba más allá de la amistad sincera por su marido.  

Julián, recio en el trato con sus subordinados pero cercano en el resto de relaciones, burgalés para más señas, era jefe del grupo de homicidios en Sevilla. Para su mismísima intimidad guardaba la fascinación por los asuntos ocultos, sucesos paranormales y demás temática mistérica. Ello no era óbice para que se maravillara de la actitud de otras personas, que sin ambages, confesaban a todo el mundo su fe en un mundo existente más allá de lo perceptible. «No, ese tema me lo guardo. Menuda excusa daría a mis inspectores para chancear al respecto. Y no digamos de los jefes, en Madrid». 

Así, muchas veces camuflada dentro de las páginas de un diario de tirada local, traía a su despacho algún ejemplar de la revista esotérica «Más allá», que leía con atención y disfrute cuando se encontraba a solas y libre de miradas indiscretas.  

«Otro mundo existe, sí, pero no es propio de un jefe de inspectores afición semejante», se decía a menudo para justificar la ocultación. 

El atestado había llegado en un sobre con el membrete de la Guardia Civil. Adjunta, una nota manuscrita del propio Matías que decía lo siguiente: 

 

“Estimado amigo: 

Espero estés bien. Por aquí, como de costumbre. Algún hurto de ganado y poca cosa más. Sin embargo, hay un asunto que me preocupa especialmente y por ello te envío copia de las diligencias realizadas hasta ahora. Se trata de la desaparición de una muchacha que motiva mi solicitud de ayuda por tu parte. Cuando hayas leído el atestado, me llamas y comentamos. 

Un abrazo. 

Matías Pedraza.” 

 

Julián lo había llamado y Matías, cordial y honrado como siempre, le había solicitado ayuda expresamente luego de contar los pormenores del caso 

La mencionada desaparición era un quiste alojado en el alma de un pueblo de no más de quinientas almas. Los vecinos, hoscos y de mal talante, habían culpado al comandante de puesto de la falta de resultados. La investigación fallida era un lastre para todos, que consideraban a la chica desaparecida como de su familia, y no les faltaba razón. No en vano, Eugenia, que así era conocida la presunta víctima, tenía parentesco con la propia esposa de Matías por parte de un primo lejano. Así eran las cosas en Asturias, aldeas muy pequeñas donde la consanguinidad siquiera de refilón era algo asumido. Y la tal Eugenia, como era conocida, nació con el nombre de Eustaquia, aunque con el paso del tiempo, se la llamó como a su madre. Tan idénticas eran en cuanto al físico que muchos lugareños casi no podían distinguirlas. 

Eugenia, como era conocida, pasó su infancia y juventud en el pueblo. Luego de cursar estudios obligatorios, su padre, Gustavo, apodado «el francés» por su ascendencia materna, la requirió para que ayudara en las labores de la casa, de modo que la joven dejó el colegio a los dieciséis años y quedó en el caserío, ordeñando vacas a primera hora para luego dar de comer a las gallinas. Terminada esa tarea, se dirigía a la huerta, donde cumplía las instrucciones de su padre en cuanto al cuidado de lechugas, ajo, acelgas y otros cultivos que proporcionaban sustento a la familia.  

Gustavo y Eugenia no tuvieron hijos, tan sólo una hija y por tanto, a ella le estaban destinadas las tareas más bien masculinas que requerían el cuidado de una granja. Su madre, con otras miras para su progenie, no tardó en darse cuenta de que Eugenia hija llamaba la atención entre los chicos del pueblo por su dulzura y belleza, y a la edad de dieciocho años, cuando estaba siendo cortejada por Augusto, el zagal de la Engracia. Hijo único y heredero de una granja cercana, rondaba a menudo por el paraje donde vivía la chica. Un día se encontraron, y una historia de amor rural y casto nació entre ellos. La madre reparó en ello, y actuó como carabina en algunos de los encuentros entre los enamorados. El padre de la chica, entretanto, vivía ajeno a tales sucesos amatorios, tan absorto se hallaba entre vacas, cabras y judías.  

Un buen día, transcurrido un año del primer encuentro, Gustavo llegó a la casa cargado con una carga de lechugas. Se encontró en el porche con Augusto, que conversaba con su hija y su mujer. Al punto, el primero se levantó del asiento con expresión mezcla de temor y respeto. El padre llevó las lechugas a la cocina y luego se envaró en la puerta de entrada. Su mujer lo invitó a sentarse con ellos y preparó bebidas, unos zumos de limón que eran las delicias del señor de la hacienda. El aire era frío y puro, y la mirada del cabeza de familia se posó en el invitado. Augusto bajó la suya con ánimo sumiso, y la madre habló. Veinte minutos después, Gustavo autorizó el noviazgo. «Qué diantre, eres heredero de la finca de tus padres, está cerca de aquí y si mi hija te aprecia, no veo inconveniente. Eso sí, el compromiso no antes de un año. Hay que cumplir las formas». 

El chico asintió agradecido. 

Año y medio después, ambos contraían nupcias en la iglesia del pueblo. Los invitados, que eran multitud, vitoreaban con alegría, lanzando consignas para que el enlace les proporcionara muchos hijos y felicidad. 

A los veinte años, poco puede saberse del matrimonio y de los hombres. Poco o nada, diría su madre. Sin embargo, el consejo más importante de Eugenia fue que respetara a su marido por encima de todo, y que soportara lo mejor posible sus defectos y arbitrariedades. Sin embargo, tras cinco años de las nupcias, algo cambió. Eugenia y Gustavo, que fueron a vivir a una casa radicada en la propia finca de los padres de él, no quedaba encinta. Este hecho amargó al marido, que comenzó a beber de manera poco prudente. En lugar de regresar a casa luego del trabajo, gustaba de acudir a los bares del lugar donde bebía sin mesura hasta que el dueño le indicaba que debía marcharse porque iban a cerrar. Eugenia no acertaba a comprender cómo no albergaba ya un bebé en su seno. Sus visitas al médico del pueblo no fueron demasiado alentadoras. Tras varios análisis que hubieron de hacerse, los resultados no fueron concluyentes. «Quizá el esperma de tu marido no sea demasiado idóneo, Eugenia. Mueren al poco tiempo, lo que impide la fecundación del óvulo». Esa notica era demasiado humillante para trasladarla a su marido, de modo que calló. Cuando él le preguntaba, ella se limitaba a decir que los médicos recomendaban seguir intentándolo, porque no había impedimento médico alguno. 

Meses después, hubo varios episodios de malos tratos que Eugenia no denunció. Augusto llegaba bebido a casa, culpándola a ella de no haber tenido descendencia. La chica callaba y encajaba insultos y collejas con la máxima resignación posible. Sin embargo, su madre tomó cartas en el asunto, En una ocasión que su hija apareció con varios moratones en el rostro, se decidió a hablar al yerno. «La próxima vez te mato. ¿Me oyes? No hará falta que lo haga mi esposo. Yo misma me encargaré». 

Los testigos hablan de discusiones a altas horas de la madrugada. La casa estaba alejada del pueblo, pero un sendero cercano que daba acceso a un abrevadero era frecuentado por pastores a todas horas, y facilitó la investigación en ese sentido. La servidumbre de paso brindó la posibilidad de conocer de muchas bocas lo que en realidad ocurría en ese matrimonio. 

Augusto continuó con la misma actitud de antes. Sin embargo, tras la advertencia de su suegra, dejó de pegar a Eugenia, aunque las discusiones por nimios motivos continuaron con la frecuencia de antes 

Un buen día, los vecinos comenzaron a murmurar abiertamente: Augusto tenía una amante, una tal Matilde, divorciada sin hijos llegada de Bulnes. La liquidación de bienes de su matrimonio la había dejado en buena posición, y disfrutaba en propiedad un caserón en el pueblo y varias tierras de labor que le proporcionaban el dinero de los arriendos. Por ello, estaba ociosa y con ganas de vivir la vida, según sus propios conocidos. Así, trabó amistad con Augusto en un bar, y tras una noche de borrachera, comenzaron una aventura que a los pocos días era «vox populi». Eugenia fue la última en enterarse. Una amiga bien intencionada la puso al corriente. «Tu marido te engaña con Matilde, la de Bulnes. Sólo quiero que lo sepas», le dijo. 

El amancebamiento de Augusto fue algo tolerado hasta cierto punto por los vecinos. No querían enfrentarse al amante bandido cuya conducta había cambiado para adquirir tintes violentos para todo aquel que osara contradecirle. Eugenia, resignada, se limitaba a realizar su trabajo en la hacienda. Cuando su marido llegaba por las noches, poco tenían que hablar. Augusto se quedaba dormido la mayoría de las veces. La relación estaba muerta, aunque quedaba que ambas partes asumieran ese hecho. 

Así las cosas, en septiembre del año pasado, Eugenia desapareció sin dejar rastro. Sin más, sin notas, sin recoger sus cosas que aún permanecían en el domicilio conyugal.  

¿Qué había ocurrido desde entonces? Poca cosa. La Guardia Civil registró la casa de punta a cabo, sin encontrar nada sospechoso. Se interrogó a numerosos testigos, pero la acusación de infidelidad era poca base para un supuesto caso de asesinato. 

Algunos malintencionados hablaron de escarceos por parte de la desaparecida con forasteros, que visitaban el pueblo en busca de ganado y buen negocio. Sin embargo, nada se aclaró. Los individuos en cuestión no fueron identificados, ni tampoco su prodecendia. Se hablaba de gente venida de Madrid, otros comentaban que eran hombres cercanos, de la comarca. En cualquier caso, las pesquisas no pudieron arrojar nada positivo en ese sentido. De ahí que el marido se escudara en que la esposa huyera con alguno de ellos, sin duda para abandonarlo. No, no se llevaban bien, él mismo lo reconoció. Desde entonces, Augusto llevaba solo la finca, bajo la mirada atenta y perspicaz del resto de vecinos, que pese a todo, lo miraban mal. No era buena cosa que el pueblo supiera que maltrataba a su mujer. 

Bravo colgó el móvil con una sensación extraña. Su amigo Matías le había solicitado ayuda, pero no estaba seguro de poder brindársela. En efecto, él mismo con gusto haría el viaje para hacer una investigación en persona, pero ello era imposible. La tarea en la jefatura no dejaba lugar para ocios ni vacaciones. «Vente quince días, sólo necesito eso. Tiempo suficiente para que averigües las claves del caso». No, era imposible. Ya había disfrutado sus treinta días correspondientes, y no tenía excusa para ausentarse tanto tiempo. «En ese caso, mándame a alguno de sus inspectores, alguno bueno», cedió Matías. Y sin embargo, Bravo tuvo que responder que lo pensaría. 

En efecto, la tarea en jefatura tenía comprometidos a todos sus inspectores. Lázaro y Marina andaban con el caso de los Facundos, una familia dedicada a la venta de droga. El patriarca había sido asesinado en un posible ajuste de cuentas, y el expediente era reciente. No, imposible. Bravo pensó en sus otros dos inspectores, pero negó con la cabeza. Ambos tenían asignados sendos casos y tenían previstas varias testificales de importancia y alguna que otra detención. Por último, pensó en Marín. ¿Era el mejor de sus inspectores? No lo sabía con certeza. En cualquier caso, no era santo de su devoción. Resolvía asuntos, eso sí, pero en su contra estaban la falta de disciplina, la desobediencia más o menos manifiesta a las órdenes y su forma caótica de llevar los casos. Por otro lado, era inteligente y resolvía casos antiguos que ningún otro se habría atrevido a revisar. No, quizá no fuera el mejor, pero sí ofrecía muchas garantías. Miró en el ordenador los casos que tenía actualmente asignados, y sonrió. Desde el caso del psicópata, (Véase la obra “Diario de un psicópata”, 2020) lo había alejado de la llamada en la jerga “primera linea”, esto es, casos que de algún modo u otro salían a la luz pública. Por eso, en la actualidad llevaba varias órdenes de busca de individuos sospechosos pero aún no imputados. «Es hora de cambiar eso», se dijo. Luego accedió al expediente personal del susodicho y comprobó con satisfacción que aún tenía pendientes quince días de vacaciones. «Sí, parece que la elección es perfecta. Ahora habrá que ver cómo lo convenzo para que acceda». 

Bravo tenía que encontrar una baza que hasta cierto punto, obligaara al inspector a  colaborar con lo que pretendía. Pero ¿cuál podía ser? Se palpó las sienes en busca de la respuesta, y no la halló. Luego, como si de un código mágico se tratara, extrajo la revista «Más allá» del cajón y pasó las páginas en busca de ayuda.  

Por fin, encontró lo que buscaba.