Gustavo Adolfo Claudio Domínguez
Bastida, (Sevilla, 17 de Febrero de 1.836 - Madrid, 22 de Diciembre
de 1.870), más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, fue poeta y
escritor, hijo del pintor José Domínguez Insausti, que firmaba sus
cuadros con el apellido de sus antepasados como José Domínguez
Bécquer.
En su infancia, tanto
Gustavo como su hermano Valeriano estuvieron dotados para el dibujo.
Sin embargo, la pronta muerte del padre quebró la vocación
pictórica de Gustavo, no así la de su hermano, que siguió con la
pintura. Posteriormente, murió también la madre de ambos, y fueron
adoptados por su tía materna, María Bastida. Hacia 1.858 se enamora
de Julia Espín, la corteja y empieza a escribir sus primeras rimas.
En esta época, comienza a escuchar y admirar al pianista Chopin, del
que hablaremos en otro apartado de este blog. Sin embargo, la
relación con Julia no se consolida porque al parecer, a ella no le
agradaba la vida bohemia de Gustavo, que aún no era famoso.
Posteriormente, Gustavo
conoce, se enamora y se casa con Casta Esteban y Navarro, con la que
tiene tres hijos. Escribe artículos periodísticos y consigue los
fondos necesarios para sostener a su familia. Entonces, marcha a
Soria, donde tenía bienes la familia de su esposa. La tuberculosis,
que le llevaría finalmente a la tumba, ya había aparecido en su
vida, de modo que la estancia en tierras donde había mucho aire puro
beneficiaba su salud, según se creía en la época.
En 1.863 tiene una grave
recaída de su enfermedad, y se marcha con su hermano al monasterio
de Veruela (Zaragoza), y después vuelve a Sevilla con su familia. Su
hermano Valeriano y su esposa no se llevan bien, y de esa época es
la sospecha de que la esposa de Gustavo le es infiel. Nace entonces
su tercer hijo bajo la amenaza de que no es suyo sino de su amante.
Gustavo tiene otro
agravamiento de su enfermedad y muere el 22 de Diciembre en Madrid,
en pleno eclipse total de sol. En Septiembre había muerto antes su
hermano Valeriano.
En su lecho de muerte,
pide que quemasen sus cartas y que publiquen su obra.
Sus últimas
palabras fueron “Todo mortal”.
Hasta aquí, la
información somera que podéis encontrar en internet sobre uno de
los autores que mejor han escrito en la historia de la lengua
castellana. Y el calificativo de “mejor” se queda sin lugar a
dudas muy corto para etiquetar al autor que para mi gusto, ha sabido
emplear nuestro lenguaje con una maestría y delicadeza difíciles de
describir.
La escritura de Bécquer
bebe de las influencias románticas de la época, pero las sobrepasa
con creces. Su prosa no es barroca ni siquiera a ratos, como la de
Allan Poe, sino florida y hermosa como ninguna, sin hartar ni pecar
de erudición. No puedes leer uno sólo de sus párrafos sin quedar
henchido de la belleza y buen gusto con que utiliza las palabras.
Para él, y sirva como
botón de muestra una introducción que publicó en el Junio de 1.868
y que se reproduce a continuación, la inspiración y las ideas de
sus relatos venían de más allá de su cerebro, en la misma línea de
la tesis que propugna este blog.
Gracias, Gustavo, por
existir, y por habernos legado tu presencia en esta existencia.
Lástima que tu destino fuera morir joven. Quién sabe lo que
hubieras podido hacer con sólo unos años más entre nosotros.
Y como colofón a este
post, la introducción prometida, literal.
Por favor, leedla sin
prisas y asimilad su contenido, en él se encuentra información muy
valiosa para quien busque la deseada inspiración artística.
Creo que su lectura merece bien la pena.
El resto de su obra, a disposición de cualquier interesado, en internet.
“Introducción.
Por los
tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen
los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el
arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la
escena del mundo.
Fecunda, como el
lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran
más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el
misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin
número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me
restan de vida serían suficientes a dar forma.
Y aquí dentro,
desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible
confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y
extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y
se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la
tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y
convertirse al beso del sol en flores y frutos.
Conmigo van,
destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el
que deja un sueño de la media noche, que a la mañana no puede
recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se
subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en formidable,
aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por donde salir a la luz
de entre las tinieblas en que viven. Pero ¡ay, que entre el mundo de
la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la
palabra; y la palabra, tímida y perezosa, se niega a secundar sus
esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil
lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. ¡Tal caen inertes en los
surcos de las sendas, si cesa el viento, las hojas amarillas que
levantó el remolino!
Estas sediciones
de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis
fiebres: ellas son la causa, desconocida para la ciencia, de mis
exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo
hasta aquí, paseando por entre la indiferente multitud esta
silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas
las cosas tienen un término, y a éstas hay que ponerles punto.
El insomnio y la
fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus
creaciones, apretadas ya como las raquíticas plantas de un vivero,
pugnan por dilatar su fantástica existencia disputándose los átomos
de la memoria, como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario
es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el
dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo.
¡Andad, pues!
Andad y vivid con la única vida que puedo daros. Mi inteligencia os
nutrirá lo suficiente para que seáis palpables; os vestirá, aunque
sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez.
Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estofa
tejida de frases exquisitas, en la que os pudierais envolver con
orgullo, como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la
forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de
guardar un preciado perfume. Mas es imposible.
No obstante,
necesito descansar: necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo
por cuyas hinchadas venas se precipita la sangre con pletórico
empuje, desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos
absurdos.
Quedad, pues,
consignados aquí, como la estela nebulosa que señala el paso de un
desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en embrión
que aventa por el aire la muerte, antes que su creador haya podido
pronunciar el flat lux que separa la claridad de las sombras.
No quiero que en
mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en
extravagante procesión, pidiéndome con gestos y contorsiones que os
saque a la vida de la realidad del limbo en que vivís, semejantes a
fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa vieja
y cascada ya, se pierdan, a la vez que el instrumento, las ignoradas
notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea,
pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de este otro mundo que
llevo dentro de la cabeza. El sentido común, que es la barrera de
los sueños, comienza a flaquear, y las gentes de diversos campos se
mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y
cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de
la imaginación y personajes reales. Mi memoria clasifica, revueltos,
nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado, con
los días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es
acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.
Si morir es
dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte, sin que
vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a
la nada antes de haber nacido. Id, pues, al mundo a cuyo contacto
fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron, en
un alma que pasó por la tierra, sus alegrías y sus dolores, sus
esperanzas y sus luchas.
Tal vez muy
pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje. De una hora a
otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a
regiones más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo,
como el abigarrado equipaje de un saltimbanco, el tesoro de oropeles
y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del
cerebro.
Junio de 1868.”
Buena reseña de un gran escritor. Coincido contigo. Un saludo desde Asturias.
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